jueves, 5 de agosto de 2010

Pagana – En la oscuridad de lo eterno

Ella llevaba el nombre de lo oculto. Pues en anales antiguos se había perdido su nombre y en su piel se dibujaba la ruta de sacrificio a dioses olvidados. A las viejas creencias que surcaban su mente.

Joven mirada que con sabiduría de años surcaba las noches en busca de lo prohibido, la vida era su noche, lo dulce y plateado del deseo que despertaban las estrellas. Los jirones de sombras que se escondían detrás de las farolas, las miradas esquivas de los personajes nocturnos eran su pasión.

Tiempo atrás olvido el sol, el dorado resplandor no tocaba su piel por miedo a profanar su pureza casi etérea.

Grácil su cuerpo se desplazaba en las sombras con felina agilidad, segura confiada en las noches que eran suyas.

Pagana era uno con las estrellas, con las historias detrás de lo oculto. Y aun así sus pasos no eran fortuitos, y sus sacrificios, sus lagrimas no morían en vano y en la soledad que tanto desgarraba su alma. Pues cada noche, en los altares de su mente, en los cementerios profanados de su alma, se dibujban con la tinta de sus sangre el mapa que guiaba con estrellas el destino.

Sin saberlo aun perdida, cierta noche que se ha perdido en el olvido. Pagana despertó a ángeles dormidos. Era entrada la medianoche, y la catedral dibujaba enhiesta su figura entre los jirones de nubes rojizas, y el opacado sonido de sus campanas amenazaba el silencio que reinaba. Pagana esquivo las pocas miradas reinantes trepando entre los andamios que servían en la remodelación. Y en su cúpula desnudo sus brazos los viejos tatuajes de dioses olvidados.

Quien tuviera los oídos prestos, esa noche pudo sentir el clamor de su voz, surcando la oscuridad en el llamado de los dioses. Pues parecía que las mismas estrellas tímidas detrás de la tormenta respondieron brillando con el fulgor del día. Pagana miro sus tatuajes que ennegrecidos parecían vibrar en la oscuridad con la mueca del cansancio y excitación. Su estrella sumeria perfecta en antebrazo derecho latía ante el llamado a los antiguos ritos, mientras que el dragón Tiamat en su izquierda parecía retorcerse en las inmensidades de su piel.

Lanzando bocanadas de aire frio que se esparcían en la helada atmosfera Pagana sonrió con satisfacción. Era el desafío a la ciudad de abajo. A esas vidas que la miraba en sus recelos, en su propia vida, en todo lo que ella representaba ante la mediocridad de los comunes. Cerró los ojos en silencio, disfrutando del viento helado y la tormenta dibujando su danza en el aire.

Pero más allá, en una habitación oscura en el último piso de un viejo edificio, Un hombre despertó en sobresalto. Confuso no había percatado que se había quedado dormido, como tantas otras veces, frente al monitor que acusaba atención. Soñoliento y confundido, había escuchado el dulce llanto en sus sueños, la voz golpeando su cerebro como un martillo, confundiendo su barbudo rostro aun más.

Miro en derredor, confundiendo cada parte de aquella habitación. Sorbió el café helado que había dejado hace unas horas sobre el escritorio y miro el monitor con los ojos entrecerrados, donde las piezas de un código de computadoras los llamaba para usar sus neuronas y finalizarlo.

Pero algo había cambiado, y aun cuando todo parecía igual, esa noche podía sentir que todo era diferente. Hasta entonces su nocturna vida se hallaba entre una línea de código en sus computadora hacia otra en su notebook. Entre un trabajo y el otro, con tan solo la soledad de la música como su compañía y el ocasional paseo nocturno para despejar lagunas. Tiempo atrás había olvidado lo que era comunicarse y solo la terminal de internet lo comunicaba con el mundo de los vivos.

Cansado y desdeñoso de lo que veía en la terminal frente a sus ojos se levanto lentamente y estiro el cuerpo mientras caminaba hacia la puerta. Se envolvió en su viejo sobretodo gastado de años y de historias y salió de aquel departamento que era su ecosistema.

En la calle enfrento el frio glacial que despertó y alejo los remanentes de aquel sueño. Se acurruco en su saco y empezó a caminar con el paso lento del errante sin caminos. Deteniéndose de tanto en tanto para ver los espectáculos de los entes nocturnos como el, de aquella gente que vivía en la noche soñolienta oculta de la vida que se desplazaba en el día.

Apenas si podía saber que calle tomar, alejado de las rutas habituales del ruido aun persistente de la gente que volvía a sus hogares, solo podía sentir que sus pasos eran guiados. Aquella noche su voluntad no le pertenecía y solo dejaba su mente vagar en los reinos de una conciencia despierta y aun involuntaria.


 


 

Pagana miro la ciudad a sus pies. Tan silenciosa y luminosa de ámbar artificial y dudo de querer bajar de aquella visión que la llevaba más lejos que el simple caminar de los mortales. Aun así bajo con la agilidad de su cuerpo felino, escurriéndose de nuevo en las sombras y perdiéndose en las callejas de alrededor.

Aun cuando aquella ciudad era tan nueva y tan vieja para ella. Siempre su laberinticos pasos le descubrían nuevos universos, nuevas visiones de la noche que sorprendían a su agitada imaginación.

Pero esta vez el destino marco su sello, y los ángeles despiertos de la noche jugaron al hacedor de vidas una vez más.

Siempre oculta, esquivando los focos de luz ambarinas con su rostro oculto en la capucha negra de su campera, Pagana se detuvo en la esquina desierta de una vieja plaza. Y por primera vez en un tiempo tuvo la necesidad de exponerse a la luz de la farola. Sus ojos negros parpadearon al descorrer la capucha y mirar directo a la luz, pero parecía hechizada, embelesada por los insectos que buscaban incansables la luz confundiendo el sol y morían en búsqueda de aquel sueño que era sus vidas. El día le recorría en su mente, la soledad de su vida, la hipocresía de todo lo que tenía que vivir en aquel mundo que no parecía de ella.

El día, el sol, aquel que se mofaba de su blancura, de la ternura de su vida, que parecía empujarla al calor que no quería sentir, a las viejas heridas que no parecían sanar, a la exclusión que sus creencias le hacían sentir. Todo en un momento se mezclo en su interior, el pasado ofendido con el presente de olvido. Donde ella tan solo veía la oscuridad de su propia realidad. No había magia ni dioses paganos, ella parecía saberlo pero el juego le divertía y le llenaba lo vacio de sus heridas y devolvía lo juvenil de los días con la transgresión de lo incierto.

Y aun asi esa noche, la soledad la golpeo como nunca, dejando el rastro en las lagrimas de su rostro rodando hasta sus labios. Pero no había un hombro al cual llorar, una mano a la cual rendirse, el sentir una caricia, un tierno beso en la frente. No había y rememorando nunca había habido uno.


 


 


 

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